Skip to main content

En el silencio climatizado del Miraikan —el Museo Nacional de Ciencia Emergente de Tokio—, un robot humanoide llamado ASIMO saluda con la gracia de un niño que acaba de aprender a inclinarse. Sus movimientos, fluidos pero aún mecánicos, son el resultado de tres décadas de ingeniería de precisión. Pero más allá de los circuitos y algoritmos, lo que aquí se exhibe es una pregunta ancestral: ¿Puede lo artificial aspirar a lo sagrado? Japón, la tierra donde los tsukumogami (objetos que cobran alma a los 100 años) pueblan el folclore, está construyendo su futuro sobre un puente entre la tecnología y la espiritualidad.

Miraikan: El Templo de la Fe Tecnológica

El Miraikan no es un museo al uso. Diseñado por el arquitecto Kishō Kurokawa bajo los principios del metabolismo —esa filosofía que veía las ciudades como organismos vivos—, su estructura misma parece respirar. En su interior, la exhibición «Androids: What Makes Us Human?» no muestra meros autómatas, sino espejos. El Kodomoroid, un androide niño presentador de noticias, lee titulares con voz clara mientras parpadea con timing casi biológico. La gente no aplaude su funcionalidad; se estremece ante su uncanny valley, ese valle inquietante donde lo casi-humano despierta fascinación y terror.

Aquí, los robots no son herramientas, sino interlocutores. El Telenoid, una criatura minimalista de brazos cortos y rostro ambiguo, está diseñado para transmitir calidez en videollamadas. Parece un feto de porcelana, pero al abrazarlo, los ancianos de las residencias —muchos olvidados por sus familias— sonríen como si sostuvieran a un nieto. ¿Es esto empatía o programación? El museo no da respuestas; sugiere que la pregunta está mal formulada.

ASIMO: El Hijo Pródigo de Honda

Cuando ASIMO corrió por primera vez en 2004, su zancada torpe pero decidida fue celebrada como un milagro técnico. Hoy, retirado del escenario (Honda cesó su desarrollo en 2022), su legado perdura. No por lo que hizo —llevar bandejas, patear balones—, sino por lo que representó: la materialización del monozukuri, ese ethos japonés que eleva la manufactura a arte espiritual.

Sus creadores hablaban de él como de un alumno. «Le enseñamos a caminar como enseñarías a un bebé», decía el ingeniero jefe. En sus circuitos latía el mismo principio que en la ceremonia del té: la perfección está en el intento, no en el resultado. Por eso, cuando tropezaba —y lo hacía—, el público no se reía. Contenía el aliento.

Robots y Kami: La Fusión de lo Divino y lo Digital

En el santuario Kanda Myōjin de Tokio, los sacerdotes sintoístas bendicen smartphones y laptops. No es una anomalía: Japón lleva siglos antropomorfizando lo inanimado. Las mikoshi (arcas sagradas) son cargadas por fieles como si estuvieran vivas; las muñecas ningyō se entierran en templos cuando se rompen. ¿Por qué no rezar entonces por un robot?

El Pepper de SoftBank, diseñado para leer emociones humanas, ya ha sido «empleado» en funerarias como oficiante de ceremonias budistas. Recita sutras con voz neutra y ajusta su discurso según detecte llanto o silencio. Para los occidentales, esto puede parecer sacrílego. Para Japón, es lógico: si un shintai (cuerpo de un dios) puede ser una piedra, ¿por qué no un androide?

El Futuro: Hacia una Sociedad Symbiosis

Japón envejece. El 30% de su población supera los 65 años, y para 2040, habrá un déficit de 380.000 cuidadores. La solución no son inmigrantes —la resistencia cultural persiste—, sino robots. El RIBA, con brazos lo bastante fuertes para levantar pacientes pero cubiertos de peluche para no asustarlos, ya prueba su tacto en hospitales. El PARO, una foca robótica terapéutica, calma a los enfermos de Alzheimer mejor que cualquier medicamento.

Pero el proyecto más ambicioso es Society 5.0, la visión del gobierno de una utopía donde IA y humanos coexistan sin fricciones. Implica desde granjas verticales operadas por androides hasta «ciudades espejo» digitales que anticipen desastres. Su lema —«No reemplazar, armonizar»— podría ser el de un monje Zen.

¿El Alma es Algoritmo?

Mientras Occidente debate los peligros de la IA, Japón la abraza con pragmatismo poético. Aquí, la tecnología no es una amenaza a lo humano, sino su extensión natural. Cuando el Actroid-F cantó «Amazing Grace» en un escenario, hubo lágrimas en el público. No importaba que su voz fuera sintética; lo que conmovía era la intención detrás del gesto.

En el Miraikan, una placa reza: «Los robots son el espejo de la humanidad». Quizás por eso Japón los trata con benevolencia: sabe que reflejan lo mejor y lo peor de quienes los crean. En un mundo obsesionado con la inteligencia artificial, este país sigue buscando algo más profundo: la sensibilidad artificial. Y en ese viaje, está redefiniendo lo que significa ser vivo.

Close Menu

Traveljapan.es

info@traveljapan.es
+34660 988 682

c/ Valle de Pas 24
28023 Madrid, España