Un reportaje sobre cómo el genio autodidacta del hormigón rescató un pueblo pesquero olvidado y lo transformó en el epicentro del arte contemporáneo global.
Prólogo: El Hombre que No Necesitaba Títulos
Tadao Ando (Osaka, 1941) nunca pisó una universidad. A los 17 años, después de dejar el boxeo profesional —»Golpear paredes me enseñó la resistencia del concreto»—, trabajó como conductor de camión y obrero. Las calles de Osaka fueron su escuela; los libros robados de librerías, sus profesores. En 1965, viajó a Europa con sus ahorros. Al ver la Capilla de Ronchamp de Le Corbusier, lloró. Esa mezcla de brutalismo y espiritualidad lo perseguiría toda su vida.
Regresó a Japón con una obsesión: demostrar que la arquitectura podía ser un acto de rebelión poética. Abrió su estudio en 1969, en un cuarto alquilado donde dormía entre planos. Sus primeros proyectos —casas minimalistas de hormigón pulido, como la Azuma House (1976)— desafiaban el hacinamiento urbano. Eran máquinas para habitar la luz.
Capítulo 1: El Llamado de una Isla Fantasma
Naoshima, en el mar interior de Seto, era en los años 80 un pueblo en agonía. Sus minas de cobre cerradas, sus pescadores envejeciendo, sus casas abandonadas comidas por el salitre. Soichiro Fukutake, magnate de la editorial Benesse, buscaba un lugar para unir arte y naturaleza. Cuando conoció a Ando en 1987, le dijo: «Quiero crear un museo que no parezca museo».
El arquitecto escuchó el viento entre los pinos de la isla y supo qué hacer. «Aquí no necesitamos edificios —dijo—. Necesitamos grietas en el mundo para que entre el cielo.»
Capítulo 2: Los Tres Mandamientos de Ando
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El Hormigón como Piel
Ando usa concreto con cicatrices: los agujeros de los encofrados quedan visibles, recordando que lo imperfecto es humano. En el Chichu Art Museum (2004), enterrado bajo colinas para no violar el paisaje, las paredes filtran luz como un reloj solar. Monet Water Lilies flotan en una sala blanca que cambia con las horas. -
La Luz como Religión
En la Benesse House Oval (1995), solo accesible por funicular, seis habitaciones giran alrededor de un óculo abierto a las estrellas. «La arquitectura es el arte de corregir la luz», repite Ando. -
El Silencio como Material
Su Museo Lee Ufan (2010) es un laberinto donde las piedras y aceros del artista coreano dialogan con muros que niegan el ruido. El visitante debe sentarse en bancos de granito hasta que el mar afuera se sincronice con su respiración.
Capítulo 3: El Milagro de los Pueblos que Renacen
Ando no solo construyó museos. Convenció a los 3,000 habitantes de Naoshima de que sus casas abandonadas valían más que el turismo masivo:
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Proyecto «Art House»: Convirtió 7 viviendas vacías en instalaciones artísticas. En Kadoya, una antigua residencia de pescadores, colocó un círculo luminoso bajo el suelo que refleja el movimiento real del mar exterior.
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La Iglesia de la Luz en Honmura: Un cubo de concreto cruzado por una rendija que dibuja una cruz de luz sobre el suelo. Los aldeanos rezaron allí por primera vez en décadas.
«No vinimos a salvar la isla —dijo Ando—. Vinimos a que la isla nos salvara a nosotros.»
Capítulo 4: La Sombra del Debate
No todo fue poesía. Los críticos acusaron a Ando de «colonialismo artístico»:
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Gentrificación: Las rentas subieron 300% desde 2010. Los jóvenes artistas no pueden vivir allí.
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Naturaleza Domesticada: El jardín de Yayoi Kusama con calabazas gigantes atrae selfies que rompen el silencio sagrado.
Ando lo admite: «El éxito duele. Pero prefiero este dolor al olvido.»
Epílogo: El Legado que Respira
Hoy, Naoshima recibe 800,000 visitantes anuales. El proyecto se extendió a islas vecinas (Teshima, Inujima), creando un archipiélago museo. Ando, con 82 años y un cáncer de páncreas sobrevivido, sigue diseñando. Su último regalo a la isla: el Valley Gallery, un bunker de hormigón que solo se ilumina con luna llena.
En la playa de Naoshima, frente al Pumpkin de Kusama, un pescador octogenario me dijo: «Antes vendíamos pescado podrido. Ahora vendemos sueños. No sé cuál es más ligero.»